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Del universo al barrio: reflexiones de un muralista adolescente 
Publicado por la revista Diacrítica, Venezuela, 2008.

Hubo un tiempo en que el pensamiento colectivo se veía determinado desde el espacio público. Paredes, muros, consistorios, templos, foros, plazas, los espacios de encuentro de las comunidades. Ya las primeras obras murales relatan cacerías y dan notas de alimentos y costumbres: los nacientes seres humanos gestando sociedad. Los templos del mundo representaron en sus paredes los relatos y dioses fundacionales. Luego vino la expansión y dioses de otras tierras pisaron plazas ajenas. Cuenta Monsiváis cómo los indios vencidos, enseñados en los oficios artesanales, curtían de indianismo los rasgos de la Virgen en paredes y tapices, y que los frailes lo dejaban pasar porque una licencia barbarizante era mejor que meterles la cultura invasora a sangre y fuego. Ellos nos trajeron a María y nosotros le devolvimos la Guadalupe, y así empezó otra forma de Cultura: el sincretismo naciente de una nueva América.

Hoy en día tenemos Medios de Comunicación, una afinación al grado monstruoso de la determinación del pensamiento colectivo. En la lucha por el desarrollo de una nueva visión del mundo, uno de los frentes más feroces es, lo sabemos, el de la Comunicación. Enajenados de la participación política, desprestigiados y a la deriva, los militantes del Control han encontrado un bastión muy poderoso en el uso maquiavélico y deliberado de la Información como herramienta de penetración en los hogares y la cotidianidad. Pronto lo entendió Riefensthalt, lo aprovechó hitler y lo denunció Adorno, pero en nuestro país aprendimos en la carne la perversión sin límites de los Medios y sus dueños. En este terreno los combates son encarnizados y, hay que decirlo, hemos sabido contestar con dispareja fortuna.

Mientras tanto, en las paredes de Caracas se libra otra suerte de batalla. O debería librarse, puesto que de momento no la hemos usado más que como un sucedáneo de las Medios, que son hábiles como nadie a la hora de incidir en la colectividad penetrando en las individualidades (esto es algo que va en proceso de afinación y crecimiento), y contra eso poco queda por hacer fuera del espacio mediático mismo. Es decir, que solo podremos vencer a los Medios con las herramientas de los Medios, porque nada parece haber más poderoso que los Medios.

¿Qué puede quedar, entonces, en la pared de un barrio, o en la antesala de un ministerio, o en la sala de espera de un ambulatorio o la entrada de una escuela? Pues precisamente la recuperación del valor de la comunidad y de la celebración de una identidad colectiva. Por contradictorio que pueda parecer, es en los espacios públicos donde aún conseguiremos repoblar de contenido nuestros caseríos y sortear el bombardeo ideológico que invade la intimidad de los hogares. Es en la calle donde se libra la batalla social, donde se enarbola el pensamiento y la conciencia de una comunidad. Es el espacio del triunfo revolucionario sobre el discurso mediático, un espacio de perpetua creación y participación, espacio salvaje que se destruye y se recrea, que no respeta limitaciones ni lejanas leyes. La calle es su propio catalizador: el 13 de Abril venció a los televisores.

Con precaria valentía algunos muros han sido vindicados por los artistas para afirmar en ellos cuanto pueda otorgar el Arte a favor del mundo que queremos. Más aún, y esto es privilegio de las disciplinas creadoras, es el Arte en la calle el que puede dar cuenta de la sensibilidad ideológica, humana, y social que ha alimentado el aguante revolucionario de nuestra población, una sensibilidad que no es representable por las hablas de la política ni los cuentos mediáticos. Se trata de representar el componente humano que da vida a una ideología, a través de las cotidianas luchas, del sentir vivo en el interior de las personas. Son los artistas los que pueden entregar a la comunidad un retrato de su propio ser.

En el caso concreto de la pintura mural en Venezuela, convertir las paredes en soporte para la creación de un arte que quiera hablar desde la sociedad para la sociedad, es una labor que se ha venido haciendo y que sin embargo, puede desarrollarse de un modo infinitamente más articulado que en la actualidad (en otros tiempos, cuando los medios de masas no blandían su actual omnipresencia, muralistas de otras tierras (las aztecas) devolvieron a un pueblo hundido en el hambre y el analfabetismo una Historia de sí mismos, un orgullo y un horizonte. Diagramaron la ideología, defendieron valores y aún así no blandieron panfleto sino uno de los capítulos más importantes del arte comprometido consigo mismo y con sus gentes).
Es necesario el desarrollo de un proyecto enarbolado por muchos artistas, por todos los artistas, los de Taller y los graffers, los académicos y los populares, los de caballete de oro y los de abajo del puente, y crear entre todos un arte para las calles de nuestras ciudades, artes que permitan la recreación del hecho artístico para las comunidades y con el apoyo de las mismas. Que el artista se convierta en creador y facilitador, que los niños del caserío pinten con él sus paredes, que los vecinos conozcan y apoyen lo que se hará en las paredes que les pertenecen. Hace más de un año, en una calle de El Valle, un grupo de estudiantes de la Bolivariana, con apoyo del Núcleo Endógeno Tiuna El Fuerte realizábamos un mural que colindaba con un Barrio Adentro. Un vecino nos dijo: “en esta esquina habían matado a un tipo, esa era la esquina del muerto. Ahora será la esquina del mural”. Cambiar muertos por pinturas, un hermoso comienzo.

Pero es poco. El alcance de nuestras ambiciones debería no solo ser del tamaño de la Revolución que apoyamos, sino de las dimensiones que nuestro arte puede atisbar. La Capilla Sixtina relata el origen del mundo según las Escrituras. En general todas las culturas han echado mano de sus paredes para explicar los orígenes de sus mundos. Edificar obras visuales de portentosas dimensiones ha tenido siempre un objetivo político y social importante, y como tal, no era gratuito para el papado de la época que el artista más portentoso de su tiempo efectuara una obra de calado ideológico tan penetrante. Y sin embargo, Miguel Angel opera una revolución que trasciende el encargo: el cuerpo humano, material, contundente, rotundo, es el centro y el triunfo de toda Creación, de toda Verdad y de toda Belleza: es la obra suprema. Su mural es una Cumbre descomunal e incluso desaforada del pensamiento renacentista. El Papa ordena intervenir la obra, tapando las vergüenzas de Cristo y los demás santos, aduciendo asuntos de moralina. Sin embargo cuesta evadir la suspicacia de que quizás el papado temiera esos cuerpos que parecían liberar todo su poderío y potencia 8hasta ese tiempo inéditas), una imagen del Hombre que podría librarse de todo yugo si se le permitía volar tan alto.

Cinco siglos después, en nuestro continente aborigen, los mentados mexicanos prodigaron otro capítulo enorme, haciendo con sus obras una triple operación: trajeron de vuelta la Historia anterior a la Conquista (Quetzalcoatl recuperó sus dominios diezmados por dioses foráneos), representaron las propuestas marxistas (allí donde el analfabetismo cundía, triunfaron las imágenes), y blandieron el orgullo del Pueblo como ingrediente insustituible para sazonar la vuelta al Continente de la autoestima americana. Pero hicieron mucho más. En su mural acuático, Diego Rivera describe el nacimiento de la vida a partir del agua que brota de las manos de un ser superior, que viene a ser Dios lo mismo que una fuerza primordial del Universo (ya lo decía Octavio Paz: Rivera no era tanto “un materialista dialéctico como un materialista a secas”). La inteligencia social del pintor lo lleva a describir cómo esa agua que brota a chorros y crea todos los seres, incluidas las etnias de los hombres, acaba por desfallecer justo cuando tiene que llegar a mano de los pobres del mundo. El agua, fuerza natural de la vida, solo llega a sus manos mediada por el esfuerzo de los trabajadores y proletarios. Fuera del recinto, una fuente de la que brota el Dios azteca de la lluvia da la bienvenida a los paseantes. Rivera hace confluir en una sola obra todos los vértices de su visión del mundo: el origen de la vida proviene de una fuerza que trasciende toda explicación: el Cosmos mismo. Pero a partir de allí nace la vida biológica, las bacterias, los microbios, las ranas, los anfibios, los animales, y más grande que todo, los seres humanos (de nuevo el ser humano es el apogeo de la creación). Y de allí la injusticia que niega la vida a la propia vida. Los trabajadores arrebatando el agua a la escasez y devolviendola a los pobladores de la tierra (Ideas heredadas del Renacimiento imbuidas de marxismo). Y para rematar, da el muralista una vuelta de tuerca similar a la de sus oficiosos antepasados aztecas que le devolvieron a los frailes una María mulata: toda la obra está encabezada por la figura mitológica rescatada de los baúles de su propia historia. Rivera supo que el Hombre Nuevo sólo lo sería si encontrábamos la forma de encontrar nuestro sitio no solo en una sociedad más justa, sino en una sociedad que supiera encontrarse incluso en el orden natural de las fuerzas del Universo. Es la trascendencia de una visión más allá de todo socialismo, es un socialismo universalista, es el hombre encontrándose en su universo de un modo cabal y justo. El hombre renacentista que se encontraba con su Dios y se erigía en todo el orgullo de su tremebunda perfección, ahora lucha por la armonía con su historia, su cosmogonía, su sociedad, su mundo, su universo: la utopía.

Pero Rivera explicó su universo, un universo coronado por las figuras mitológicas de la historia que le correspondía. Nos falta a nosotros encontrarnos, cincuenta años después que él, para dejar la impronta visual del capítulo más nuevo en la historia por la liberación de nuestras tierras y nuestras gentes. Nos falta la ambición en nuestros muros: un ejercicio de recuperación plástica de esa parte de identidad que se remonta a nuestros confines indígenas y que sin embargo nos conecte con el aprendizaje del marxismo, del socialismo, del humanismo, etc. Que Kuai Mare campee con plena libertad entre los edificios que cubren las tierras de Guaicaipuro y que nos ayude a comprender nuestro propio mundo con una vislumbre que supere la mera militancia o corrección política. Una pared entregada a la explicación de una coyuntura que bien puede valer para las vallas de Vepaco es una pared perdida. Que los muros no solo contengan el tumulto de los barrios, que sean el soporte de visiones del mundo desde nosotros y para nosotros, que nos ayuden a entender las dimensiones humanas de un proyecto que debería trascender nuestra época y nuestra generación: del barrio al universo y del universo al barrio.

No permitamos que la humedad y la herrumbre acaben con la maravillosa Historia de Venezuela contada por Ian Pierce en la pared del Liceo Andrés Bello. No dejemos que los murales en serie acaben con la acción política del hacer mismo de una obra, no dejemos que los mosaicos de gres, tan caros de comprar pero tan baratos de mantener, hagan de nuestras ciudades unos lindos baños de Centro comercial, no dejemos que el oportunismo de artes abstractos nos vendan que dos cubos de colores son una apología a la luchas campesinas o sindicales. Potenciemos la actividad creadora de los niños y el cariño a sus comunidades, invitemos a los grafiteros a llenar de contenido sus bombas y tags, saquemos a los estudiantes de la Reverón y la Cristóbal Rojas a la calle, paguemos la atrasada deuda social de artistas que cambian sus piezas por un plato de comida ignorando que esa pieza luego valdrá 200 dólares en algún lugar de suelo brillante que él no conocerá jamás, paguemos también sus sueldos a profesores y a muralistas para que no esperen seis meses entre un brochazo y otro, entre una clase y otra, y así el apuro y el hambre no desinflen los ánimos y la motivación generales.Pero los artistas también nos debemos algo a nosotros mismos: adolecemos de la valentía infinita que hemos visto en otros artistas de otros tiempos y otras revoluciones. Adolecemos del aguante para agremiarnos como se debe y hacerles ver a las entidades la necesidad de un apoyo estructurado a unos proyectos sostenidos y sostenibles de nuestra parte. Adolecemos de la ambición de encontrar los puntos más lejanos de nuestras ideologías, de meternos en las peligrosas aguas del compromiso con lo que somos y hemos sido. Adolecemos de carácter para resucitar la utopía que nos han legado. Muy a mi pesar me incluyo en esta caterva de adolescentes.

Agradecimientos a Sonia Contreras y Kael Abello.